Siguiendo con las lecturas navideñas, encontramos en Cuento de Navidad de Vladimir Nabokov a un joven aprendiz de escritor que lee su primera narración ante su mentor, crítico literario, y ante un escritor ya veterano. El crítico sugiere que escribir un cuento de Navidad sería ideal para un principiante y le da una serie de consejos prácticos. El escritor consagrado aprovecha los consejos del crítico para escribir una historia de su propia autoría sobre la Navidad.
Veamos un fragmento:
Se hizo el silencio. La luz de la lámpara iluminaba despiadadamente el rostro mofletudo del joven Anton Golïy, vestido con la tradicional blusa rusa campesina abotonada a un lado bajo su chaqueta negra, quien, nervioso y sin mirar a nadie, se disponía a recoger del suelo las páginas de su manuscrito que había desperdigado aquí y allá mientras leía. Su mentor, el crítico de Realidad Roja, miraba el suelo mientras se palpaba los bolsillos buscando una cerilla. También el escritor Novodvortsev guardaba silencio, pero el suyo era un silencio distinto, venerable. Con sus quevedos prominentes, su frente excepcionalmente grande y dos mechones ralos colocados de través sobre la calva tratando de ocultarla, estaba sentado con los ojos cerrados como si todavía siguiera escuchando, con las piernas cruzadas sobre una mano embutida entre la rodilla y una de las lorzas de su muslo. No era la primera vez que se veía sometido a este tipo de sesiones con sedicentes novelistas rústicos, ansiosos y tristes.
El autor
Vladimir Nabokov (1899-1977) es un autor imprescindible del siglo XX que cuenta entre sus novelas, clásicos reconocidos como Lolita y Pálido fuego.
Pero lo que quizás no sea tan de dominio público es otra de las actividades de Nabokov: su gran afición por el ajedrez. Tanto que, incluso, le dedicó la novela La defensa que habla de un gran ajedrecista de apellido Luzhin quien llegó a convertirse en uno de los mejores jugadores de la década de los treinta. El título de la obra tiene relación con un método defensa que estaba elaborando el protagonista de la novela para sorprender a su más fiero competidor, el italiano Turati.
Otra faceta curiosa y desconocida del escritor es la de científico, más precisamente, la de entomólogo.
Por lo que sabemos, desde muy pequeño, Vladimir se sintió atraído por las mariposas. Una pasión que heredó de sus padres.
Según él mismo cuenta, con tan solo ocho años de edad, cuando su padre fue encarcelado por las autoridades rusas, a causa de sus actividades políticas, él le llevó una mariposa a la celda como regalo. Un regalo que seguro a su padre le encantó.
Ya de adolescente, a Nabokov le gustaba realizar excursiones para capturar mariposas. Unos ejemplares que después describía con todo cuidado y método, imitando a las revistas científicas que caían en sus manos.
Se trataba de una afición por estos lepidópteros, que lo convertirían en un experto autodidacta y que no lo abandonaría nunca a lo largo de su vida. De hecho solía decir que si no hubiera sido por la Revolución Rusa, que obligó a su familia a exiliarse en 1919, se hubiera convertido en lepidopterólogo profesional.
En su exilio europeo, y ya con cierta fama como escritor, Nabokov se dedicó a visitar las mejores colecciones de mariposas existentes en los grandes museos. Incluso empleó su dinero para financiar una expedición a los Pirineos, donde él y su esposa Vera, capturaron más de un centenar de especies.
En 1940 Nabokov emprendió un nuevo exilio, esta vez a Estados Unidos donde encontró su mayor fama como novelista y también donde más progresó en el estudio de las mariposas.
En la década de los 40, Nabokov se obtuvo un sobresueldo como cuidador de las colecciones de lepidópteros del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard.
Y llegó a publicar varios trabajos con descripciones detalladas de cientos de especies. Una importante y reconocida labor como taxonomista. Por el contrario, sus primeras novelas fueron rechazadas por las editoriales.
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