Es pues África y no Europa el lugar de origen de nuestra civilización. Prometeo, el dios castigado por robar el conocimiento a los dioses y entregárselo a los hombres no era un dios europeo sino africano, no era blanco sino negro.
La publicación de Naciones negras y cultura de Cheikh Anta Diop traducida por Albert Roca, marca un hito en la empresa de traducir a los clásicos africanos que ha asumido Ediciones Bellaterra, con la decisiva colaboración de Casa de África. Tras la antología del pensamiento africano de Emmnauel Chukwudi Eze, el reconocimiento a la fuerza del panafricanismo a través de la emblemática obra de Nkrumah, África debe unirse, así como una primera incursión en esa fuente de la vida que es la tradición oral mediante la epopeya de Sunyata, recogida por D. T. Niane, la presente obra enlaza con la reedición en castellano de la Historia del África negra de Joseph Ki-Zerbo.
Cheikh Anta Diop (1823-1986) fue un intelectual, investigador y político senegalés. Físico de formación, se acercó a la historia y a la cultura africana como palancas imprescindibles para fundamentar e impulsar la independencia y el bienestar de las poblaciones africanas. Cheikh Anta Diop también fue miembro del Comité Científico Internacional de la HGA, pero su participación en la magna obra fue mucho más polémica, y, por lo tanto, más sonada, aunque no fuese un director de la misma. Su aportación sobre el antiguo poblamiento de Egipto –como la cuestión de la clasificación de las lenguas de África– generó tal revuelo que sólo se pudo calmar con un insólito doblado: dos capítulos abordaban, más o menos disimuladamente, el mismo tema desde perspectivas teóricas y con conclusiones históricas bien distintas. Esta pluralidad, que puede parecer desconcertante en una obra con pretensiones enciclopédicas, refleja en el fondo el estado habitual del campo de investigación en ciencias sociales.
Cheikh Anta Diop fue más allá. Al concentrarse en esa recuperación de la historia africana, analizó su proceso de ocultación anterior y, tras descartar que fuese un efecto colateral y espontáneo de la ignorancia y el desinterés de los poderosos hacia los débiles (en una terminología más actual, "de los desarrollados hacia los subdesarrollados"), lo tachó de falsificación (pseudo) científica consciente. Con ello, cuestionó la honestidad y el rigor de la ciencia institucionalizada y la hizo dependiente de la sociedad de su época, adelantándose a Kuhn y Lakatos. Pero, además, al buscar las razones profundas de esa estafa, no sólo desmintió la universalidad de la inferioridad africana, sino que postuló una supremacía negra original, fundacional: la "verdad ocultada" era que los egipcios eran negros africanos que habían constituido la primera civilización y habían fecundado a Grecia.
Diop no se limitaba a afirmar que el futuro de los africanos debía estar en sus manos, sino que obligaba a revisar el concepto mismo de progreso humano, al poner en duda su linealidad y algunos de los ejes sobre el que se había medido. Y eso pica: ¿así que todo aquello del paso del "mito al logos" o no era cierto o no pasó ni donde ni como nos habían dicho? ¿debemos reinventarnos adónde vamos si resulta que estamos redescubriendo de dónde venimos? La aproximación del senegalés era, pues, revolucionaria, y lo era en más de un sentido: no sólo daba la vuelta a alguna de nuestras presunciones históricas más arraigadas, sino que asumía que había que hacerlo mediante la lucha, mediante la fuerza, ya que el fair play no reinaba ni en las relaciones internacionales ni en las evaluaciones científicas. Tal vez la imagen más simbólica, y carismática, de Cheikh Anta Diop sea enfundado en su bata blanca en el laboratorio de C14 que consiguió hacer construir y funcionar en Dakar (antes que no pocos países europeos): parece decir "dejadnos medir a nosotros mismos y las teorías serán más ponderadas, más contrastables; tendréis que demostrar nuestros sesgos, como hemos hecho nosotros con los vuestros, en lugar de darlos por hechos".
En el año 1974, en el sonado congreso de El Cairo, el establisment egiptológico examinó las tesis sobre el Egipto negro. Es curioso que casi todas las facciones entendieron posteriormente la reunión como un triunfo propio. Sin duda, la africanidad de Egipto se convirtió desde entonces en un lugar común, aceptado por la mayor parte de las «vacas sagradas» de la egiptología. Pero también es verdad que, poco a poco, se ha ido evidenciando que lo que se comprende por africanidad es muy distinto. Desde entonces, numerosas reuniones internacionales de la subdisciplina han contado con la presencia de investigadores diopistas, nombres como Théophile Obenga, Mubabinge Bilolo, Pathé Diagne o Pierre Oum Ndigi, por citar algunos.
Sin embargo, su producción bibliográfica, como la del propio Diop, apenas forma parte del arsenal formativo utilizado en las grandes instituciones de investigación sobre el Antiguo Egipto: no se recomienda, ni mucho menos se exige que los futuros doctores la conozcan y, naturalmente, la contrasten. Uno puede adivinar la ausencia flagrante de diopistas y, más aún, de académicos subsaharianos en los equipos internacionales que investigan sobre el Antiguo Egipto.
Sólo la publicación y la lectura de la obra de Cheikh Anta Diop, por parte de colectivos cada vez más amplios, pueden romper esta barrera invisible, este juego de fachadas, en beneficio del conocimiento no sólo sobre el África, sino sobre la humanidad. Y quien dice conocimiento, dice desarrollo, bienestar, sabiduría.
Itinerario y extractos del libro
En 1954, ve la luz un libro magnífico, Nations nègres et culture (Naciones negras y cultura) ya lo decía el propio Anta Diop en este libro imprescindible: “… colmo de cinismo, se presentará la colonización como un deber de humanismo, invocando la misión civilizadora de Occidente cuya dura tarea consistiría en elevar al africano al nivel del resto de los hombres. A partir de ese momento el capitalismo se encuentra a sus anchas y podrá ejercer la explotación más despiadada al abrigo de pretextos morales…”
Naciones negras y cultura cuyo contenido fue originalmente una tesis doctoral propuesta a La Sorbona y rechazada como herejía pues, no debemos olvidar en palabras de Anta Diop que: “… el nacimiento de la egiptología se caracterizó por la necesidad de destruir a toda costa y en todos los espíritus, de la forma más radical y completa, el recuerdo de un Egipto negro…”, fue publicada por Presence Africaine, editorial y librería parisina perteneciente al senegalés Alioune Diop tras haber sido rechazada por varios editores blancos.
Este libro demuestra de forma exhaustiva y minuciosa la anterioridad de las civilizaciones negroafricanas por relación a cualquier otra civilización planetaria y, asimismo, demuestra la naturaleza negroafricana de todas las culturas de los antiguos pueblos del Nilo y su valle: Etiopía, Nubia y el Egipto predinástico y dinástico. Sin embargo durante veinte años fue relegado al ámbito francófono y no es traducido al inglés y a otros idiomas hasta que en 1974, después de veinte años de lucha por el reconocimiento de sus ideas, éstas se imponen, con ciertas limitaciones derivadas de prejuicios raciales, en un congreso de egiptólogos organizado por la UNESCO en el Cairo bajo el título “Poblamiento del Egipto antiguo y desciframiento de la escritura meroítica”. Es justamente después de este congreso cuando sus revolucionarias ideas sobre la importancia de los pueblos africanos en la historia del continente y, por lo tanto, en la historia universal, pasan a formar parte de la Historia General de África editada por la UNESCO.
Varios son los argumentos esgrimidos en este libro por Cheikh Anta Diop para demostrar sus tesis de la anterioridad de la civilización negroafricana y de la naturaleza negra del Egipto de los faraones. En primer lugar se refiere el autor al incontrovertible testimonio visual de los historiadores y escritores de la antigüedad. Para los escritores griegos y latinos contemporáneos de los egipcios de la antigüedad la antropología física de éstos no ofrecía ninguna duda: los egipcios eran negros de labio grueso, cabellos rizados y piernas delgadas. El testimonio casi unánime de autores como Herodoto, Diodoro de Sicilia, Estrabón, Apolodoro, Esquilo, Aristóteles … etc, establece que las razas del valle del Nilo eran razas africanas y negras que, establecidas en primer lugar en Etiopía, en el Nilo medio, irán descendiendo paulatinamente hacia el mar siguiendo el curso del río.
Otro argumento importante aportado por Cheikh Anta Diop en su libro se refiere al testimonio bíblico. Se trata de analizar la génesis del pueblo judío: quién es el pueblo judío, cómo nació, cómo engendró esta literatura que es la Biblia en la cual la descendencia de Kam, hijo de Noé y ancestro de negros y por lo tanto de egipcios, sería maldita. ¿Cuál es el origen histórico de esta maldición?. Extraeremos un texto del libro donde el autor da cuenta de estos acontecimientos: “… Aquellos que iban a convertirse en el pueblo judío llegaron a Egipto huyendo del hambre en Palestina y en número no superior a 70 pastores organizados en 12 familias patriarcales, nómadas sin industria, sin cultura, el pueblo judío abandona Egipto 400 años más tarde siendo 600.000 y habiendo edificado los elementos básicos de su tradición futura y, más concretamente, el monoteísmo…”
En el transcurso de estos 400 años de estancia en Egipto el pueblo judío pasa de ser bien acogido, protegido por los faraones y dedicados al cuidado de los rebaños del señor, a ser temido por su crecimiento desorbitado con el riesgo que podía significar para Egipto la alianza de este pueblo con enemigos exteriores. Comienzan así a perder el favor del faraón y a ser perseguidos en los que iban a ser los primeros progromos de la historia de este pueblo. Empiezan los asesinatos de los hijos varones de las mujeres judías, son sometidos como pueblos a las mayores vejaciones y destinados a los trabajos más esclavos.
Si el pueblo egipcio hizo sufrir tanto al pueblo judío como cuenta la Biblia y si el pueblo egipcio era un pueblo de negros descendiente de Kam como mantiene la misma Biblia y como ellos mismos se autodenominaban: Kemit, el país de los negros, no podemos ignorar las causas históricas de la maldición de Kam expresada en la literatura judía inmediatamente posterior a este período de persecución. Los habitantes de Egipto simbolizados por su color negro tal y como su propio nombre indica, fueron malditos para siempre en la literatura del pueblo que ellos habían oprimido. Es la historia escrita por los esclavos frente a los señores, se trata de la venganza de los oprimidos frente al opresor.
Otros argumentos a favor de la negritud y africanidad del Egipto antiguo propuestos por Cheikh Anta Diop serían el culto a los ancestros que se encuentra a la base de las cosmogonías egipcias y negroafricanas que son tan semejantes que a menudo se complementan y nos obligan, para entender algunas concepciones egipcias, a referirnos al mundo negro; el totemismo rasgo esencial de las culturas meridionales e inexistente en las septentrionales; la práctica de la circuncisión que sólo muy posteriormente es tomada de los negros por los pueblos semitas; otro de los rasgos más impresionantes en esta identidad de concepción entre Egipto y el resto del África negra lo constituye la consideración sacrosanta y vitalista de la realeza que conduce a la muerte real o ritual del rey según se considere que sus fuerzas vitales le van abandonando. Según esta creencia, la fertilidad del suelo, la abundancia de las cosechas, la salud del pueblo y su ganado y el desarrollo normal de todos los acontecimientos y fenómenos de la vida se encuentran íntimamente ligados a la fuerza vital del rey, si esta fuerza vital baja por debajo de unos mínimos, se produce una ruptura de fuerzas ontológicas que convertiría en un peligro para el pueblo la continuidad de ese reinado. Esta concepción vitalista es el fundamento de todas las realezas tradicionales africanas. Igualmente la práctica de la antropofagia, que se encuentra en los orígenes de Egipto, proviene de estos principios vitalistas que son parte esencial de las sociedades negras: asimilando la sustancia de otro, asimilamos su fuerza vital aumentando así nuestra invulnerabilidad frente a las fuerzas destructivas del universo.
Anta Diop llega a decir que el parentesco de hábitos, costumbres, tradiciones y sistemas de pensamiento, puestos en evidencia por múltiples autores de reconocido prestigio es tal que una vida humana entera no bastaría para evidenciar todos estos rasgos de semejanza entre Egipto y el mundo negro. Hasta tal punto es cierto que se trata de una única y misma cuestión que, en razón de esta identidad esencial de genio, cultura y raza, todos los negros podrían hoy, legítimamente, reclamarse de una cultura del Egipto antiguo y construir una cultura moderna a partir de esta base y añade: “… Afirmando que fueron los ancestros de los negros que viven hoy principalmente en el África negra quienes inventaron las matemáticas, la astronomía, el calendario, las ciencias en general, las artes, la religión, la agricultura, la organización social, la medicina, la escritura, las técnicas, la arquitectura; que fueron ellos quienes, por primera vez, levantaron edificios de 6.000.000 de toneladas de piedra (la Gran Pirámide) en tanto que arquitectos e ingenieros y no sólo como obreros, que han sido ellos quienes han construido el inmenso Templo de Karnak, este bosque de columnas con su célebre sala hipóstila donde cabría Notre-Dame con sus torres, que fueron ellos quienes esculpieron las primeras grandes estatuas (los Colosos de Memnon…etc), afirmando todo esto no decimos sino la estricta verdad que nadie hoy, con argumentos dignos de este nombre, se atrevería a refutar…”
Añadamos todavía algunos otros rasgos esenciales de coincidencia que Anta Diop destaca en su libro, como pueden ser la organización social que hace que se identifiquen totalmente la organización social de la vida africana con la del Egipto antiguo, el matriarcado que se encuentra a la base de las culturas meridionales, el análisis científico de la dermis de algunas momias escogidas a lo largo de diferentes períodos de la historia de este pueblo atestigua la presencia indudable de melanina en la piel. Tanto es así que a Cheikh Anta Diop se le denegó el permiso para seguir investigando con momias procedentes de los fondos egipcios, no era cuestión de desviar el imaginario occidental del Egipto blanco que daría faraones como Yul Brynner, esposas como Anne Baxter y profetas a lo Charlton Heston.
Asimismo está demostrado el íntimo parentesco entre la lengua del antiguo Egipto y las lenguas negras actuales y, más específicamente el wolof, hablado también en Senegal, es decir sobre las costas atlánticas del continente africano. Todo esto nos habla del asentamiento en el resto del continente negro de migraciones sucesivas procedentes del valle del Nilo que, como no pudo ser de otro modo, expandieron con ellas su cultura. “Naciones negras y cultura” dedica sus últimas páginas a unas tablas para lingüistas en las que, de forma asombrosa, podemos cotejar la similitud profunda entre el vocabulario wolof y el procedente del egipcio antiguo. Este parentesco íntimo nos habla de unidad original, es bastante probable que la cuna del negro-egipcio se encuentre en la región de los grandes lagos africanos, se trataría de una lengua predialectal, prehistórica y común al egipcio de los faraones y a otras lenguas negroafricanas. Una lengua que, según el propio Cheikh Anta Diop, habría cumplido por relación a algunas de las lenguas negroafricanas antiguas y actuales, la misma función que el latín y el griego cumplieron con las nuestras. Hablaríamos pues de una nueva familia lingüística, la negro-egipcia, que nos situaría a un paso de reconocer la unidad cultural del África negra. La hermosa teoría del panafricanismo tendría, al parecer, fundamentos mucho más sólidos que los estrictamente políticos.
Y por si todos estos argumentos hasta aquí esgrimidos fuesen poca cosa, “Naciones negras y cultura” nos habla también del arte. Las representaciones divinas y humanas que debemos al arte egipcio, tanto en escultura como en grabado y pintura, manifiestan rasgos y colores claramente negroides y así lo expresa el propio Diop: “… Destaquemos que las representaciones humanas de la Protohistoria y del Período Dinástico no se corresponden, de ninguna manera, con la idea que de la raza egipcia defienden los egiptólogos occidentales. Allí donde el tipo racial autóctono se nos presenta con un mínimo de nitidez, aparece siempre como negroide. En ningún lugar los elementos indo-europeos y semitas son representados, siquiera como ciudadanos libres al servicio de un jefe local. Las escasas representaciones que encontramos los muestran siempre como cautivos, las manos atadas detrás de la espalda o en posición arrodillada. Representan pues una raza de siervos, una raza dominada…”
El autor durante una conferencia
Las representaciones de sus dioses son igualmente negras; Osiris e Isis eran, al igual que otros, dioses negros procedentes del sur, los egipcios se dirigían a sus dioses bajo el apelativo KMT que significa negro y el sacerdocio lo integraban negros que eran los únicos considerados ciudadanos. Se entiende así que los egipcios, a lo largo de su historia, hayan pintado a sus dioses de negro carbón a imagen y semejanza de su raza, ¿acaso los blancos no hemos dado a nuestro dios la imagen de un dios blanco?, ¿por qué un pueblo negro iba a actuar de otra manera?.
Todo lo dicho hasta aquí, que no es más que un breve recorrido por ese magnífico y necesario libro titulado “Naciones negras y cultura”, hace concluir a su autor que “… Grecia ha tomado de Egipto todos los elementos de su civilización incluido el culto a los dioses. Es pues Egipto y no Grecia la cuna de la civilización…”.
Es pues África y no Europa el lugar de origen de nuestra civilización. Prometeo, el dios castigado por robar el conocimiento a los dioses y entregárselo a los hombres no era un dios europeo sino africano, no era blanco sino negro.
Los al menos cinco mil años de historia africana del conocimiento (muchos más si nos retrotraemos a la cultura de los Ishango) que anteceden a los escasos trescientos años que van desde los primeros presocráticos hasta los epicúreos y los estoicos y a los que Aristóteles y su escuela calificaron como Filosofía Griega, son el sustrato profundo del que éste breve aunque intenso período cultural europeo se alimenta.
La mayoría de los filósofos y físicos presocráticos, así como la tríada ejemplar formada por Sócrates, Platón y Aristóteles, tuvieron una profunda relación con Egipto, sede del conocimiento del mundo antiguo y lugar al que todos ellos, en un período u otro de sus vidas, se desplazaron a aprender. Durante miles de años, mientras Atenas, París, Londres o Roma o bien no existían o eran apenas unos cúmulos de piedras salvajes habitados por gentes rudas y toscas, Egipto fue el faro que irradiaba un conocimiento profundo y enciclopédico aunque iniciático y secreto, transmitido sólo entre elegidos, los llamados iniciados.
Prometeo fue pues no el dios que robó a los dioses sino a los hombres, fue el mito que hizo pasar, de soslayo, la sabiduría de una orilla a la otra del mar Mediterráneo y que, durante siglos, desde las escuelas y universidades europeas, se nos hizo creer que la civilización occidental, para nosotros, la más importante civilización que jamás haya nacido de la historia humana, tuvo su origen entre las ruinas de Atenas.
La Historia con mayúscula, ya se sabe, la escriben los vencedores, así lo contaba el proverbio igbo de Nigeria: «Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de caza siempre glorificarán al cazador».
Pues bien, los leones han llegado para quedarse y se han puesto a escribir su historia, se llaman Cheikh Anta Diop, Joseph Ki-Zerbo, Djibril Tamsir Niane, Théophile Obenga y tantos más que a la versión falseada de los vencedores han opuesto la visión renovada de los vencidos, sin resentimiento, en un intento, esperamos que definitivo, de superar esa fase ya demasiado larga de la historia y poder acceder así a otra en la que hayan desaparecido, para siempre, la explotación y las tremendas desigualdades. En dos palabras: los vencedores y los vencidos.
Por favor, ya está bien de volver con las teorías surrealistas del afrocentrismo. Adicionalmente, los estudios genéticos le han quitado cualquier atisbo de razón que el señor hubiera podido creer tener.
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