La uruguaya es el título del nuevo libro de Pedro Mairal, que Emecé distribuye en estos días, una novela que reafirma el lugar medular que tiene su autor en la literatura argentina. Una escritura pulida, ágil, con párrafos perfectos e imágenes precisas que incluyen interrogantes sobre el propio oficio ("Cuando se escribe, creo, es difícil convencer al lector de que una persona es atractiva", "¿Cómo mostrar con palabras la exacta conjunción de rasgos de una cara que provocan esa locura sostenida en el tiempo?"); y reflexiones sobre la pareja ("¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionás en espejo; un ser binario con un sólo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea"); o el dinero y su implicancia social: "Toda esa plata que me había formado, me había hecho pertenecer a un grupo social, una serie de amigos, una manera de hablar […] Una vez le robaron a mi hermana dos chorros en un taxi y, cuando ella los puteó, uno le dijo al otro: «¿Viste cómo le suena el billete cuando habla?»".
Mairal explica que los años transcurridos entre su última novela y La uruguaya se explican por dos motivos: su propia vagancia y la necesidad de encontrar una historia que lo lleve a vencerla para construir un texto largo. La historia que encontró la cuenta él mismo: "Un tipo que cruza por el día a Montevideo a buscar unos dólares, saltando el cepo cambiario del fin del kirchnerismo y que, además, se va a encontrar con una chica. Una chica que conoció el verano anterior y con la que se está comunicando por email desde hace meses y, para que haya literatura, le tiene que salir mal todo. Ahí hay un matrimonio que se está resquebrajando, él está con la idea de la aventura y salir. Esa idea me llevó para adelante".
—Después de bastante tiempo sin publicar, se juntan los libros: hace unos meses las crónicas de Maniobras de evasión y hoy este regreso a la novela. ¿Cómo lo está viviendo?
—Es verdad, se juntan los libros. En general, es una actitud de retraerme y después ir hacia afuera con los libros. A veces, necesito esconderme un poco y desaparecer del mapa y, de golpe, sí, se juntan y se alinean los planetas, porque no es algo que yo controle demasiado lo de las publicaciones. Un poco, quizás, porque tengo ganas de editar, pero los libros después tienen una especie de delay que no sabés en qué época del año va a caer o a veces en qué año. De golpe, sí, cayeron estos dos libros juntos: el que editó la Universidad Diego Portales y La uruguaya, pero son tan distintos que no se pisan y son como de dos personas distintas. Está la figura del escritor en los dos, pero uno es crónica y otro novela.
—Cuando hablamos de esas crónicas, me dijo que necesitaba una historia para desarrollar una novela. ¿Con qué historia se encontró?
—Hasta que no encuentro una historia que me saque para adelante de una manera fuerte en mi vagancia, no arranco, porque soy de textos cortos, de textos intensos, cuentos de diez o veinte páginas, o artículos o columnas. Sé manejar bien esas distancias; ahora, para la carrera de fondo que implica una novela, necesito una historia que a mí me lleve para adelante y me haga seguir y seguir, y querer llegar. Acá encontré algo.
—¿Eso implica que la idea la tiene cerrada hasta el final y sólo queda decidir lo formal, o la escritura puede llevarlo por otros lados?
—Es una intuición. Lo formal es casi una intuición, es como un marco dentro del cual trabajo. Ya sé que esta historia va a suceder en un día y, de alguna manera, como los músicos cuando improvisan lo hacen sobre la base de una forma y dentro de eso entran y salen, el asunto es caer de vuelta en el momento adecuado. Sabía que tenía esta forma de un día, que desde ese pulso narrativo de un tipo que va contando paso a paso el viaje, con base en ese pulso podía ir para atrás, podía ir para adelante en el tiempo.
—¿Desde siempre supo que había que usar esa primera persona?
—Tenía ganas de escribir ese tono confesional. De alguna manera, le está confesando a su mujer qué pasó ese día, entonces era un tono muy íntimo, muy intimista, casi susurrado y, por otro lado, en un día entra la vida entera.
¿Qué pasa si me voy a Uruguay y me rajo, salgo de esta vida y me convierto en otro?
—Es como una carta.
—Claro, pero no estoy seguro si él se la manda, si se la está escribiendo a ella, si lo está pensando para decírselo; lo dejo en un plano medio difuso, porque es un plano mental. Está sucediendo en la cabeza del lector también.
—¿Esta novela está escrita bajo los efectos de pasar la barrera de los 40?
—Supongo que sí, que tiene que ver con la crisis de los cuarentones, pero veo que gente a los treinta también está en una situación de pareja o de primer hijo, y se siente identificada. En realidad, me parece que cualquiera que de golpe está en pareja siente lo que le pasa a Lucas, de golpe una asfixia, una fantasía de aventura: "¿Qué pasa si me voy a Uruguay y me rajo, salgo de esta vida y me convierto en otro?" Tiene esa fantasía por esa chica joven que lo está esperando y, además, porque va a agarrar esa plata, finalmente, después de años de sequía del personaje, va a tenerla.
—Dinero que tampoco es tanto, porque no es que se salva para toda la vida.
—No, es una platita, pero para él es la salvación, unos dólares que lo van a sacar de su depresión, esa es la ilusión. Es un tipo deprimido y estancado, y cree que con eso sale. No sé si tiene que ver tanto con los 40, supongo que sí, pero —y aquí estoy queriendo ampliar el espectro de lectores— gente mayor que lo leyó también sintió empatía con eso. Es una cosa bastante universal.
—¿Tomó algunos ingredientes del policial para esta novela?
—Lo que pasa es que en toda novela en donde hay una intriga tenés que ir trabajando los detalles que ponés de a poco y eso lo hace el policial. Te caen todas las fichas juntas al final y tenés que ir como escondiendo la pólvora a lo largo del libro para que, cuando explote, al final, explote todo. También tiene que ver con el cuento corto; son un poco mecanismos de relojería. No es el policial un género que me guste particularmente.
—Por eso se lo pregunto y digo que sólo tiene ingredientes, no estamos ante un policial.
—Sí, tomé cositas. A mí el policial no me gusta, porque muchas veces empieza con un cadáver y soy un poco más vital.
—¿Prefiere que empiece con unas piernas como las de la tapa?
(Se ríe) Que empiece con alguien vivo al menos, que tenga el corazón latiendo.
Hoy la intimidad casi no existe: uno mismo la muestra en las redes
—Hay también, a lo largo de la novela, una reflexión sobre la intimidad y, sobre todo, la vulneración de la intimidad. ¿Por qué le interesó pensar en eso?
—¿Qué implica la intimidad hoy en día? Es algo que casi no existe y que está en jaque total. Es decir, uno mismo muestra su intimidad en las redes sociales. Uno construye su identidad en redes sociales, lo que querés mostrar, lo que querés ser. Me parece que eso de ir mostrando, aunque no quieras, un montón de cosas íntimas, tiene un costo muy grande.
—¿Aun cuando desde el plano racional no lo quieras?
—Exactamente. Ya el recorte de esa foto que colgaste en Facebook está dando un montón de información y me parece que la intimidad va a estar cada vez más en jaque. Aquí, en este caso, el personaje de Lucas deja un email abierto y la mujer le encuentra un email con esta infidelidad. Él se enoja mucho y le enoja esta violación de su intimidad; siente que la pareja es como un monstruo de dos cabezas y dice: "¿Por qué tenemos que compartir casi el torrente sanguíneo, y tengo que saber todas tus cosas y vos todas las mías?". Quiere que haya una especie de distancia dentro de la pareja, cosa muy difícil de lograr. Él lo reclama en su enojo, porque también el libro es, como vos decís, una carta, pero tiene algo de larga parrafada del tipo que está harto. Tiene que ver mucho con la intimidad y lo que implica en la infidelidad la intimidad con otra persona, y eso, creo, es lo más doloroso. Eso es como una especie de invasión del pacto de una pareja y él acá lo pone de manifiesto.
—En esa intimidad vulnerada también hay silencios y falta de diálogo.
—Acá parecen ser dos personas que tuvieron una conexión muy fuerte. Eso es lo que dice Lucas, pero después, como les pasa a muchas parejas, se van distanciando, como creciendo en una dirección distinta. De alguna manera, se empiezan a tirar al hijo por la cabeza: "Te toca a vos", "levántate vos", "hacele el Nesquik vos". Quería mostrar esas escenas medio infernales de las madrugadas con los hijos chicos.
—La uruguaya es una novela que se lee de un tirón y eso se debe al ritmo narrativo que tiene. ¿Cómo se logra?
—Me alegra que lo pienses y veo que a la gente le está pasando. Me cuentan que lo leen en una o dos sentadas. No lo analizo mucho esto, pero, tratando de pensarlo como lector, por un lado está la intriga: se va a encontrar con una mujer y ahí ya hay una pulsión; por otro lado, el tono íntimo, parece que te lo está contando y te estás metiendo en una cosa muy secreta. Después, la idea del movimiento, el viaje siempre tiene un costado un poco fascinante. Él siente eso, la idea de ir a Uruguay es como un portal al paraíso, a un universo alternativo. Creo que es eso: intimidad, pulsión y esto de lo que hablamos:, dentro de ese detalle del viaje aparecen como microensayitos, sobre la pareja, la paternidad, el dinero. Eso me interesaba trabajar: ¿Cuál es la relación del personaje con la plata?
—Por supuesto y permítame leerle la línea que anoté, porque me pareció central en este punto: "La plata había formado mi lengua".
—Claro, si vos lo pensás, ves cómo, cuando alguien habla, se nota su sociolecto, su nivel social. Después, la gente aprende a neutralizar los tonos, pero cuando alguien está hablando suelto con sus amigos, enseguida se notan las capas, los niveles sociales. Entonces, cómo —es una idea marxista— el dinero forma a una persona, forma su lengua, su manera de pensar, quizás mucho más que si es hombre o mujer, si es judío o católico. Parecería que el nivel social es absolutamente formativo y atraviesa a la sociedad de una manera que no lo hace otra cosa.
—Lo corro por izquierda: no usó la expresión "clase social".
—(Se ríe) Es cierto, o "estrato". Me interesaba contar un tipo que es de clase media alta y se mete en un baile que le queda grande. Le queda grande el colegio privado, la prepaga, el auto y es algo que lo asfixia y lo tiene a maltraer, y cómo, de alguna manera, trata de desarticular eso.
Fuente: Infobae
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