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Mujer bajando una escalera


El principio de Mujer bajando una escalera, la nueva novela de Bernhard Schlink, parece casi un cliché: un hombre rico y ya entrado en años contrata a un pintor joven, pobre y talentoso para que retrate a su mujer, también joven y, además, hermosa. Como era de esperarse, sucede lo inevitable: el pintor le sopla la mujer al viejo rico, lo que genera algunos problemas con respecto a la autoría y la propiedad del cuadro. A raíz de esto, el pintor se pone en contacto con un abogado para que solucione el embrollo. Ese abogado es quien narra lo que estamos leyendo.



No se preocupen, no acaban de escuchar la historia completa, es apenas la introducción. Porque luego de este thriller con ingredientes de policial empieza la verdadera novela, que también puede leerse como un tratado sobre el amor, la vejez y la enfermedad, el valor del arte y el dinero, sazonado con un poco de guerra fría y capitalismo. La pregunta que dispara todo es: ¿a qué le estamos dedicando nuestras vidas? ¿Cuándo es demasiado tarde para arrepentirnos de lo que no hicimos? Un excelente recurso de Schlink para indagar en estos tópicos tan complejos es hacer que el narrador analice a fondo sus hábitos más extremadamente férreos (que sea abogado ayuda bastante, ¿otro cliché?). Todos tenemos costumbres, hasta podría decirse que son necesarias para vivir, para organizar ese caos que es el tiempo en el que nos movemos, pero ¿no son también, acaso, uno de los sedantes más poderosos? ¿No son una forma de dejar de percibir la diferencia total, ontológica, que existe entre un instante y otro?

Picasso solía cambiar con cierta frecuencia la disposición de los muebles de su casa porque se había dado cuenta de que si los mantenía siempre en el mismo lugar dejaba de percibirlos, de notarlos, de ser consciente de que estaban ahí. Cuando seguimos un ritual por años, ¿no son los años lo que se terminan “ritualizando” y empastando, confundiéndose entre sí, haciéndose cada vez más difíciles de distinguir? Si todas las mañanas hacemos lo mismo, primero x, después y, luego z, ¿qué diferencia encontramos entre la mañana del martes pasado y la del jueves de hace quince días? ¿No es esa la mejor manera de “quemar” el tiempo? Si pasa siempre lo mismo, a la larga no pasa nunca nada. Y si no pasa nada, estar vivo y estar muerto, la verdad, no son opciones muy diferentes. 

El otro gran tema del libro es que nunca sabemos cuándo está a punto de acontecer el hecho que nos va a marcar la vida para siempre, del que no vamos a poder volver. En palabras de Schlink: “Para ser joven debe uno tener esa sensación de que todo puede arreglarse, todo lo que ha salido mal, todo lo que hemos perdido o lo que hemos estropeado. Si ya no tenemos esa sensación, si consideramos que los acontecimientos y las experiencias son irrecuperables, es que ya somos mayores”. El deterioro físico y la muerte son inevitables. En algún momento los vamos a sentir cerca y vamos a vernos obligados a mirar para atrás para ver qué es lo que hicimos con nuestras vidas. Ojalá tengamos pocas cosas de las que arrepentirnos. El narrador de Mujer bajando una escalera, que sí tiene bastantes motivos para arrepentirse (o por lo menos uno muy importante), encuentra una manera impecable de resarcirse: empieza a narrar las cosas no como fueron sino como podrían haber sido, y en ese acto descubre que todo podría haber salido mejor, pero, y no hay que olvidarlo, también podría haber salido peor. Esas historias van reemplazando la narración (que hasta ese momento se limitaba a reproducir la mundana y aburrida “realidad”) para empezar a inventar otras alternativas, una especie de acto sherezadesco que lentamente desemboca en el hermoso final de la historia. 

Hablando de cuestiones más formales, lo primero que hay que decir es que Mujer bajando una escalera tiene algunas falencias de construcción, en especial algunos saltos temporales un poco torpes que dificultan la lectura (por lo menos hasta que se entiende cómo funcionan). En contrapartida, se nota que Schlink además de escritor es juez, porque su pluma está acostumbrada a ser utilitaria. Necesita hacerse entender, lo que lo hace evitar rispideces y rodeos. Si bien es muy posible que la lectura de la novela deje en el lector un momento placentero y ameno (lo cual no es para nada algo menor), quizás el texto se hubiera visto beneficiado con algún que otro agregado a la línea netamente argumental. Lo que algunos consideran “relleno” otros lo llamamos, directamente, “literatura”.

Sea como sea, y volviendo al tema de los arrepentimientos, es probable que nadie se arrepienta de leer Mujer bajando una escalera, no sólo una novela sobre las oportunidades perdidas sino, además, una verdadera oda al carpe diem. Bienvenida. Estaba haciendo falta.

Fuente: Nacho Damiano para Eterna Cadencia

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