Es una mujer de rasgos fuertes, tiene el cabello voluminoso y oscuro, las cejas puntiagudas, los hombros anchos. Habla con tono alto. Así es la escritura de Almudena Grandes, pura voz. Su obra extensa tiene una impronta: vuelve una y otra vez a la Guerra Civil, de manera que el sentido de la memoria está en cada una de las lecturas posibles de su obra. A los 28 años publicó el primer libro, Las edades de Lulú (1989), novela erótica que le hizo ganar el XI Premio La Sonrisa Vertical, y el paso del papel al cine de mano del director Bigas Luna. A propósito del éxito inicial, Grandes alguna vez dijo: "Me pregunté si quería ser famosa o escritora, y decidí que escritora y me puse a escribir". Entonces llegaron los títulos, todos editados por Tusquets: Te llamaré viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994), Las tres bodas de Manolita (2014). En septiembre saldrá su último libro, Los pacientes del doctor García.
Nació en Madrid (1960) y siempre quiso ser escritora, pero la influencia de la madre la llevó a estudiar Geografía e Historia en la Universidad Complutense. Tal vez provenga de ahí la necesidad de revisar lo que pasó con la Guerra Civil. O quizá no y sea su abuelo Manolo Grandes -a quien llama un gran amor- el provocador de esas búsquedas. Su último libro, Los besos en el pan (2015), inicia con esta dedicatoria: "A mis hijos, que nunca han besado el pan". Una acción que teje el lugar de pertenencia, en presencia o ausencia de la memoria. Invitada especial por la embajada de España, llega a la Feria del Libro acompañada por su esposo, el poeta Luis García Montero, que dará su voz en el Festival de Poesía. La escritora estará hoy, a las 18.30, en la Sala Victoria Ocampo, disertando sobre "El placer de la lectura", en el Día de España. Además, el 1° de mayo será entrevistada en el stand de LA NACION.
-La memoria es tema central en tu obra, ¿qué heridas quedaron sin cerrar?
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-Es el gran asunto pendiente. Cada generación tiene algo por resolver, y en mi caso es la memoria. Todo en mi vida y en mi literatura arranca cuando tenía 12 años y cocinaba con mi madre. Ella compraba la revista Hola. Había fotos de Josephine Baker desnuda con una falda de plata y unas estrellas en los pezones. Mi madre me dijo que mi abuela la había visto bailar. Para mí, aquello era ciencia ficción, que mi abuela hubiera ido con mi abuelo a ver bailar a una mujer desnuda. En ese momento descubrí que el progreso no es una línea recta. Y que todo lo que avanza puede retroceder con mucha facilidad. Había pensado que tenía que ser más moderna que mi madre, ella que mi abuela, pero mi abuela lo era más que las tres. Era muy raro que yo siendo la nieta verdadera de mi abuela no me pudiera creer su vida. Y pensé que alguien había cortado ese hilo. Desde ese momento me he preguntado por el país en el que vivo y las cosas que pasan. En todos mis libros aparece la memoria, en forma oblicua, pero está.
-Tu primer libro es la novela erótica Las edades de Lulú. ¿Creés que se modifican las formas de narrar el erotismo?
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-La literatura erótica ha sido excluida del canon de la literatura culta por un factor extraliterario. El tema de la literatura erótica no es el sexo. Es el deseo, la mirada. En los años 30 empezaron a escribir mujeres literatura erótica, desde el objeto de deseo masculino, no como sujeto de deseo. Lo que caracteriza mi novela, y otras de esa época, es ese cambio; no sólo la mujer se convierte en sujeto de deseo y las mujeres tienen derecho a crear sus propias perversiones. ¿Qué ocurrió entre aquéllas y 50 sombras de Grey? Pasó algo muy curioso que no se suele tener en cuenta, y es que la literatura erótica se murió de éxito.
-Tu abuelo Manolo está muy presente en tu obra, ¿qué vino a dar a tu literatura?
-Es el abuelo de todas mis novelas. En mis historias, son más importantes los abuelos que los padres. Yo era una niña muy fea: gorda, peluda, morena. De pequeña nunca hacía de angelito para Navidad, hacía de árbol. No se ve el mundo igual. Y en esa sensación que yo tenía de ser de segunda fila, él me llevaba de paseo por Madrid y hablaba conmigo, pedía mi opinión. Comprendí que eso era un privilegio: escucharme. Mi abuelo me regaló el libro más importante de mi vida, la Odisea, ilustrado. Soy escritora gracias a él. Y la fuente de seguridad en mí misma ha sido él.
-En el contexto de la Feria del Libro, ¿cuáles tu relación con la literatura argentina?
Es muy potente. Soy una escritora española y siento que formo parte de una literatura en español; formamos todos parte de la misma literatura. A Cortázar lo he leído mucho, Rayuela era mi libro de cabecera. A Borges en aquel momento no lo leía, luego empecé, y aunque soy narradora me fascina su poesía. Soy amiga de escritores como Claudia Piñeiro, Betina González. Una novela que me gustó muchísimo es La noche de la usina, de Eduardo Saccheri.
¿Hay una escena de origen respecto de tu deseo de escribir?
-Todo viene de ese libro que me regaló mi abuelo, la Odisea. Creo que un libro que te gusta te cuenta tu propia vida. Cuando lo leí, empecé a sentir que naufragábamos Ulises y yo. Es el héroe clásico más moderno que existe. Es un hombre desarmado que está cansado y quiere volver a su casa. Nunca me he emocionado más en mi vida como en el final de aquella odisea. Al matar a los pretendientes, aunque parezca un poco agresivo, Ulises me estaba vengando de las injusticias que hubiera recibido yo. Descubrí la literatura en ese momento. Si luego quise escribir, creo que viene de ahí.
Fuente: Marcela Ayora para La Nación
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