En la vorágine de los autores y los libros de autores consagrados por el canon, quedan arrinconados u olvidados en el margen de la historia de la literatura universal autores y libros. La memoria literaria tiene también su desván. Como sucede en la vida, escritores y títulos necesitan una segunda oportunidad. Nadie podría decir que Balzac es un escritor arrinconado, aunque tampoco se puede decir que es un éxito de ventas en Francia. Balzac es un clásico reconocido del que pocos pueden decir que no hayan leído Papá Goriot o Eugenia Grandet. Pero, ¿cuántos han leído Los chuanes o La obra maestra desconocida del mismo autor? Con Gustave Flaubert podría decirse otro tanto: se ha léido, por placer o por obligación escolar Madame Bovary, pero ¿Las tentaciones de Sant Antonio? Incluso si me apuran, ¿son muchos más los que han leído su libro póstumo e inacabado Bouvard y Pecúchet? Hemos leído Oliver Twist y Grandes esperanzas, pero ¿Casa desolada del mismo Dickens?
En este espacio que inicio hoy procuraré hablar de esos autores y libros que formaron parte de la educación de nuestra sensibilidad estética y ética. Libros y autores que vienen siendo desterrados por el empuje de un mercado que sólo sabe vivir de la novedad más rabiosa. Y también por esa ignorancia literaria que se va haciendo casi natural en las nuevas generaciones de lectores. (Estamos invadidos de escuelas de escritura, cuando lo que haría falta son escuelas de lectura, talleres donde se desempolvara los grandes nombres menores que todas las grandes literaturas necesitan). Mucho hay que agradecer a esas editoriales pequeñas que se han instalado en los estrechos espacios que dejan en las librerías las grandes empresas o multinacionales del libro. Agradecerles que hayan hecho del rescate o la exhumación su filosofía editorial. Siempre viene a mi memoria cuando en los años sesenta todos leíamos La isla de los pingüinos, del escritor francés Anatole France (premio Nobel, 1921). El libro se había publicado en ¡1908¡ Pero a nosotros nos interesaba, tal vez por ese uso demoledor de la parodia histórica, ahí era nada desmontar los grandes mitos y falsificaciones de la historia francesa. ¿Cuántos nuevos lectores conocen esta obra? La he releído y no ha envejecido ni un ápice.
Hoy quiero hablar de un libro más que de su autor. Todo el mundo ha leído El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Y todo el mundo tiene nociones sobre su vida y sobre su todavía enigmática desaparición en el Mediterráneo, durante una excursión aérea para localizar la aviación alemana casi al final de la segunda guerra mundial. Pero siempre me hago la misma pregunta: ¿se conoce igualmente sus libros Piloto de guerra o Vuelo nocturno: verdaderos poemas sobre el arte del volar, el sentido del deber y la responsabilidad humanas? No hace mucho pude ver en una librería la publicación de un texto suyo titulado Carta a un rehén. Si uno se fija bien, verá que “El principito” está dedicado a Leon Werth. Pues bien, Carta a un rehén es un texto de amistad a ese judío que pasa frío en París en plena ocupación alemana y que se llama Werth. Me alegró que los jóvenes tuvieran acceso a ese ejemplo de epístola clásica. Me sucede lo mismo con Ciudadela, el libro póstumo del autor. Que nadie, por favor, lo confunda con La Ciudadela de Cronin. Al libro de Saint-Exupéry yo lo calificaría como el texto del fervor por todo lo humano. Escrito con un tono sentencioso y lírico, se acerca mucho a la reflexión bíblica. Así lo certifican el uso constante de parábolas. El autor francés escribió las primeras páginas y lo mostró en 1936 a Drieu la Rochelle: éste se mostró poco entusiasmado por lo leído. A Saint-Exupéry le afectó la indiferencia de su colega. Ese príncipe del aire parece que sólo podía escribir relatos de aventuras aéreas. Por tanto Ciudadela se convirtió, amén de su obra conscientemente póstuma, en su obra secreta. Leerla ahora es sorprenderse por la vigencia de su pensamiento. Saint-Exupéry busca en ese inclasificable texto el sentido profundo de la vida. Se hace preguntas capitales sobre la existencia y el valor de lo irrenunciablemente humano. Podría decirse que su estructura radica en su voz narradora, ese mágico personaje que descubre para sus semejantes el valor de la vida, una suerte de nuevo humanismo naciendo de las cenizas de lo que estaba siendo la segunda guerra mundial. Tiene también Ciudadela la estructura de los libros sagrados, el misterio de las plegarias en medio de los desiertos físicos y metafóricos. Libro de la soledad, de la belleza y las palabras, busca en el corazón de los hombres la razón de su radical existencia. Los banqueros de nuestros días deberían leer este libro: a lo mejor aprenderían, como exigía un poeta, a invertir parte de sus ruines ganancias en las grandes investigaciones del espíritu.
Fuente: J. ERNESTO AYALA-DIP
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