En estas épocas de falsos héroes y profetas, de hacedores de verdades absolutas y por qué no, absolutistas; cuando se crean mártires absurdos o vergonzosos para una joven generación hambrienta de valores éticos; cuando se olvida o se recuerda a personajes de nuestra historia reciente o lejana según la conveniencia de intereses mezquinos de poder; cuando los discursos aceptados y plausibles promueven virtudes y modelos en contrapunto con las propias acciones, parecería que el eje de las discusiones nacionales pasa por la irresolución de los problemas del presente, y las vanidades de quienes se autoproclaman dignos y capaces de eliminarlos, dejando a un costado las profundas causas estructurales de estos.
así, se soslayan a grandes hombres y mujeres de nuestra cultura relegándolos al plano de la inexistencia: uno de ellos es Ernesto Sabato. Nacido en 1911, es uno de nuestros escritores y pensadores más notables del siglo pasado, y es justo homenajearlo en este año cuando en el mes de junio arribe al centenario de su vida. Con una visión lúcida, intuitiva y desgarradora Sabato ha abordado los conflictos humanos desde sus novelas y ensayos.
Él mismo divide su obra en dos partes, que son como la cara y la cruz de una misma moneda: la novela y el ensayo. Ambas partes están unidas temáticamente por algunas pocas obsesiones que reaparecen a lo largo de toda la obra. Sabato mismo lo reconoce en el prólogo de su Itinerario esa útil antología que compuso en 1968. La importancia de la parte ensayística se evidencia con el mero hecho que compone la totalidad del grueso primer tomo —1024 páginas— de los dos que abarcan las Obras completas en la edición de Losada.
Para la comprensión crítica de las novelas es, además, imprescindible tener muy en cuenta el cuarto libro de ensayos allí incluidos: El escritor y sus fantasmas, del año 1963. Sería oportuno poner de relieve algunas reflexiones de este libro respecto a la concepción sabatiana de la novela: para Sabato existen dos tipos de escritores, el que escribe por instinto lúdico y para distracción y deleite de sus lectores, y el otro, que por el contrario, escribe para explorar la condición humana, siendo menos un inventor que un descubridor (pp. 573-575). La novela es para él un producto de la civilización occidental en crisis. Los factores que definen esta crisis son: el racionalismo, que suprime las fuerzas irracionales y provoca su resurrección obsesiva en el reino de la fantasía; el cristianismo que maldijo los instintos básicos del hombre, creando aquella conciencia lábil que, según dijo Pascal, lo hizo enfermar; la tecnocracia, que materializó al hombre y lo encerró en las grandes ciudades, aislándolo al mismo tiempo; la inestabilidad social, o sea, la permeabilidad de las clases que ha puesto en evidencia la transitoriedad de la existencia, aumentando la inseguridad y la angustia vital; la mecanización del idioma y finalmente, la invención de la imprenta, la cual ha hecho posible la lectura individual y el análisis profundo de los problemas, actividad introspectiva esta, que por otro lado, lleva al aislamiento social y fomenta la mentalidad analítica de la cultura científica. En una conclusión harto azarosa y no exenta de exorcismo, Sabato pretende curar ese mal precisamente con uno de sus propios frutos; es decir, espera vencer la crisis mediante un producto de aquella: la novela.
Para aquellos que aún no leyeron la obra de Sabato, y para los que la conocen, copio el link de una página web en homenaje a Sabato muy completa en cuanto a su producción personal y la bibliografía sobre su obra.
Fuente: Adriana Greco para Correctores en la Red
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